viernes, 30 de abril de 2010

Teoría del estrés

He encontrado esta noticia en el periódico que me sirve como lanzadera para apuntar, aunque sólo sea un poco, mi teoría personal sobre el estrés. Siempre he optado por justificar, aunque sea de forma interna, aquello que me pasa estableciendo la metáfora de que mi circuito eléctrico está literalmente quemado. Es decir, de alguna manera algunos "relés" internos están averiados, o tal vez la centralita electrónica que los gestiona tiene algún circuito integrado quemado o algún microprocesador o resistencia averiado por el exceso de trabajo de procesamiento. A más a más puede que debido a la sobretensión o a la sobrecarga del sistema el cableado tampoco funciona como debería y no transmite la corriente a los mecanismos que activan la musculatura. Esta sobrecarga del sistema o esa subida de tensión que pudiera provocar esa avería podría llamársele estrés. Ahora me aferro a la noticia cuyo enlace adjunto para autoconvencerme de razones y decir que tampoco podría parecer una locura demente mi teoría. Si años atrás (que lo he hecho, lo juro) nos hubiéramos plantado ante un neurólogo insinuándole que quizás todas estas malfunciones que nos acechan eran debidas a una situación de estrés exagerado y excesivamente prolongado en el tiempo lo más seguro es que hubiésemos provocado una carcajada supina al facultativo. Supongo que la carcajada, en mi caso, fue interna y se limitaron a decirme que no, que pese a no tener una explicación lógica del porqué de aquello que me pasa podían asegurarme que aquella razón que yo esgrimía no tenía el más mínimo fundamento. Y es que somos tan ¡ignorantes! los simples mortales que no hemos estudiado medicina y que por lo tanto no tenemos la vida y el bienestar ajeno en nuestras manos que cómo podemos llegar a sospechar semejantes tonterías.

Pero la cuestión es que esta noticia algo insinúa pero hasta ahí podemos llegar, hasta la simple y relativa e ilusa insinuación. Porque... ¿alguien puede llegar a imaginarse que le pasaría a aquel que insinuara que un trabajo estresante es sumamente perjudicial para la salud?, o simplemente... ¿podemos imaginarnos que alguien, con suficiente credibilidad, llegara algún día a afirmar con rotundidad que el trabajo perjudica seriamente la salud?, ¿lo prohibirían como el tabaco, las drogas o el alcohol?, ¿verdad que no?

Así que me perdonen por mis paranoias y por agarrarme a este clavo ardiendo en forma de noticia para pedir a todo aquel que esto lea a que se tome la vida de la mejor y más relajada manera posible. Sé de todas formas que el estrés es algo que cada cual gestiona como puede y que incluso que hay quien goza sumergido en esa especie de marejadilla del día a día loco y desenfrenado de la que yo, reconozco de la forma más sincera posible, jamás pude soportar por mi propia incapacidad. Siempre quise ser guardabosques a cambio de técnico oficinista y casi lo consigo. Sólo lo impidió, precisamente, contraer este jodido mal.

http://www.lavanguardia.es/ciudadanos/noticias/20100429/53918154414/la-vida-occidental-ataca-las-defensas-madrid-universidad-complutense-instituto-pasteur-reino-unido-f.html


martes, 6 de abril de 2010

La cama

Aprovechando una consulta que me realizaron en el pasado hoy quería hablar de la cama. Magnífico elemento en el que según dicen los expertos nos pasamos ni más ni menos que un tercio de nuestra vida así que la elección no es un tema baladí. En nuestro caso, el de los enfermos de Ela, a la elección se añaden determinados condicionantes. En primer lugar deberíamos reflexionar sobre ese relativo privilegio de que no perdemos la sensibilidad en ninguna parte de nuestro cuerpo aunque sí la movilidad. Es por eso que ante todo hay que buscar confort y aunque es un tema un tanto subjetivo creo poder decir que todos entenderíamos unos mínimos. Esos mínimos sobre todo lo que tienen que buscar es reducir lo máximo posible la aparición de escaras o llagas por determinados puntos de presión en el momento de permanecer acostados. En este caso el privilegio de no perder la sensibilidad nos ayuda bastante a requerir cambios posturales con la frecuencia necesaria para que esos puntos de presión no se conviertan en otra cosa peor, es decir, cuando notemos las primeras molestias o los primeros pinchazos de dolor en esos puntos hay que solicitar, de la forma que sea, un cambio postural. En algunos manuales de fisioterapia se recomiendan que estos se realicen cada cuatro horas y a mí me parece una barbaridad ya que sin establecer reglas generales podría asegurar que nos acercaríamos a un tiempo medio de 1,5 horas para cada uno de esos cambios, aunque la experiencia me permite asegurar que en alguna ocasión una simple costura o un doblez en cualquier prenda de ropa provoca malestar de forma instantánea. Lo triste de este tema es que muchas de estas opciones no las podemos probar, es decir, no podemos hacer que nos presten tres o cuatro colchones diferentes y probar cada día uno de ellos para después, con la experiencia obtenida, elegir entre una de esas tres o cuatro opciones. Es por este motivo que me limitaré a relatar única y exclusivamente mi experiencia contando con el aval de que después de unos cuantos años, hoy por hoy, he tenido la suerte de no padecer ninguna lesión a las que antes me refería.Primero tendríamos que decidir, en el caso que debamos tomar esa decisión, si queremos dormir acompañados o solos. Si bien yo no tuve nunca que afrontar ese debate ya que mi compañera de cama se negó en rotundo a perder a su acompañante puede darse el caso de que queramos optar por una cama individual, y de esa opción hablaremos al final. Así pues empezamos con una cama grande, por lo que coloquialmente se entiende como una cama de matrimonio. Las podemos encontrar de 1,35 o de 1,50 m (más grandes también, pero tampoco hay que pasarse). Puestos a elegir yo optaría por la mayor, la de 1,50 ya que tenemos que pensar que cuando hagamos los cambios posturales nos comeremos prácticamente el espacio del acompañante y tampoco se trata de echar a nadie de la cama ya que siempre es agradable poder pasar o que te pasen el brazo por la cintura de alguien querido mientras se adquiere la posición del 44. Luego tocaría elegir el somier que sin lugar a dudas recomiendo uno articulado eléctricamente que nos permita incorporarnos durante el tiempo que no durmamos pero que permanezcamos en la cama. En esa posición podríamos ver la tele sin tener que instalarla en el techo, e incluso cenar, o recibir visitas con algo de dignidad, y también, en algún caso, puede facilitar la respiración nocturna si podemos incorporar un poco la parte alta de la cama sin engendros añadidos como cuñas de espuma. La altura del somier con respecto al suelo es recomendable que sea más alta de lo normal ya que eso facilita al asistente todo su trabajo sobre nosotros sin necesidad de hacer sufrir excesivamente su espalda. Digamos que en nuestro caso rondaría, incluyendo el ancho del colchón, una altura de 70 cm respecto al suelo.

Si contamos que el colchón puede medir entre 15 y 20 centímetros de grosor sólo tenemos que restar. Para conseguir eso podemos encontrar en las ortopedias unos suplementos o peanas para los pies de la cama con varias alturas disponibles y que incluso podremos llevárnoslas de vacaciones. Son algo parecido a una pata de elefante con la base de gran diámetro para mejorar la estabilidad. Conseguir esa altura de la cama también facilitará, mientras se pueda, las transferencias de cualquier silla a la cama y viceversa.


Y ahora es el turno del colchón. La cama articulada condiciona en qué tipo de material tiene que estar construido el colchón, ya que los colchones de muelles no permiten ser doblados por lo que sólo nos queda el látex y espumas sintéticas de alta calidad como el "Tempur". Sobre el Tempur no tengo ninguna información salvo la de una impresión visual de que tal vez sea excesivamente blando. Hay quien dice que es "lo más de lo más" pero el precio también pica y como ya he dicho antes sería un disgusto supino efectuar tal inversión para que luego no fuera bien. Si alguien lo ha probado que diga lo que le parezca. Así que con estas premisas sólo nos queda el látex, teniendo en cuenta que dentro de esta familia también hay diferentes grosores y diferentes durezas. Todo esto hace que no hay que cortarse en ir al Corte Inglés o a una colchonería tantas veces como creamos oportuno y probar los que tengan disponibles hasta decidirnos. Todo el conjunto puede resultar una gran inversión que incluso puede llegar a superar los 2000 €, pero como decíamos cuando íbamos en moto "nunca hay que escatimar dinero ni en cascos ni en neumáticos" lo recomendable es tampoco hacerlo en algo donde en mucho dependerá nuestra comodidad.

No sé si será una problemática general pero a estas alturas el insomnio es una constante diaria pero casi nunca me levanto con dolor de nada. Actualmente puedo estar en la cama una media de 10 horas diarias incluyendo las horas de sueño. El resto del día me lo paso entre un sillón reclinable del que hablaremos otro día y la silla de ruedas eléctrica, cambiando de elemento aproximadamente cada dos o tres horas. Al final uno llega a la conclusión que lo importante es cambiar a menudo de posición.

Y casi se nos olvida el último comentario sobre aquellos que elijan dormir solos. Siempre podremos recurrir a adquirir una cama lo más parecida a lo que podríamos encontrarnos en un hospital, articulada e incluso con regulación vertical, aunque supongo que el precio también será alto así que tal vez no sea tan mala idea optar por una cama grande sin tener que compartirla con nadie. Eso al margen de cualquier otra consideración, facilitaría poder dormir hacia la izquierda, hacia la derecha o boca arriba sin tener que amenazar ningún espacio ajeno.

Otra cosa, siempre he odiado pasarme el día en pijama así que exceptuando el tiempo de cama al resto del día hay que intentar mantener el estilo y vestirse como lo hacíamos antes. Sobre ropa también hablaremos otro día.

viernes, 2 de abril de 2010

Héroes y cobardes



Hola, todavía estamos por aquí. La verdad es que tengo desatendido casi por completo el sitio, pero es que a veces me da la sensación de convertir estas páginas en lamentos, en gritos al vacío, en pseudo plegarias a invisibles confesores que en cualquier parte anónima del mundo pueden llegar a incomodarse por una pena que casi nunca tengo.


No obstante y después de la confesión hoy me gustaría hablar de héroes y de cobardes. No acostumbro hacer actos reivindicativos pero llevo días reflexionando acerca de los que padecemos determinados males, y no lo hago única y exclusivamente pensando en mi propio caso que por el paso del tiempo me he reinventado más o menos a la fuerza, o como dice el poeta he sabido "reconducir la vida" empujado por la obligatoriedad de algo inesquivable. Pienso, al escribir esto, en todo aquel que en poco tiempo y sin una causa propia que lo justifique se encuentra ante un incidente en forma de diagnóstico desconocido pero a la vez de imaginables consecuencias. A partir de ese momento se desencadenan mecanismos que incluso éramos incapaces de imaginar que poseyéramos nosotros mismos. En primer lugar y como más destacable; la paciencia. Dicen las crónicas que un tal Job atesoraba cantidades ingentes de este..., no sé cómo llamarlo..., ¿don?, ¿cualidad?, pero sin abandonar el lenguaje bíblico "en verdad os digo" que jamás imaginé albergar tanta cantidad de ese no sé qué. Pero no malentendáis mis palabras ya que la paciencia a la que hago referencia no es la que se podría entender tras un primer pensamiento que claramente se referiría a la que debe usarse con los demás. Me refiero a la que uno tiene que tener con uno mismo, con su incapacidad, con la impotencia que genera esa incapacidad que para explicarlo en toda su intensidad sólo habría que imaginarse a uno mismo 24 horas atado de pies y manos viendo al semejante hacer aquello que uno sabía hacer antes de. Podría ser algo parecido a esa sensación de, sabiendo conducir, sentarnos en el asiento del copiloto y dejar que sea cualquier otro que conduzca el vehículo. Sólo que ese otro personaje le dé al pedal del freno un solo metro antes o un solo metro después de lo que nosotros mismos lo haríamos puede llegar a generar un estado de tensión bastante relevante. Pero la impotencia no tiene límites ya que no solamente se trata de aquella que genera el no poder hacer aquello que antes hacíamos y podíamos hacer sino la impotencia que genera el no poder atender determinadas cosas y actos básicos a las que en un estado "normal" no prestaríamos la menor atención por realizarlos de una forma automatizada y casi inconsciente. Me refiero a aquella impotencia sibilina, esa que crece desde dentro y que retuerce los conductos intestinales hasta puntos realmente dolorosos como el de no poder atender o consolar a alguien querido con una simple caricia. Como compensación existe la creencia popular de que ante la carencia de determinados sentidos o de determinadas capacidades se acentúan otros y otras, aunque resultaría pedante realizar ahora una exaltación sobre ese tipo de mejoras personales. Tampoco me extenderé en detallar uno a uno determinados sufrimientos interiores, pero en honor a los recién llegados a este selecto club y en honor a los que llevamos años inmersos en determinadas dolencias creo que puedo afirmar que llevar con dignidad esta carga nos convierte en auténticos héroes. Ya lo decían los gladiadores en el circo romano saludando al César... "los que vamos a morir te saludan".


Y sin querer alargarme un simple apunte o una mención a los que considero cobardes. Sí, son aquellos que con determinada prontitud desaparecen de nuestras vidas porque nuestra simple presencia les incomoda. Soy, somos, tan buenos que ni por asomo os deseamos nada mínimamente parecido a lo que nos toca vivir a nosotros.


Si no digo esto reviento.