viernes, 20 de abril de 2012

Cinco minutos


Llevo días dándole vueltas de cómo enfocar toda una serie de pensamientos que revolotean en mi mente. Digo días por no decir semanas, hasta el punto de que siempre acabo por dejarlo para mañana porque en el momento en el que aparece una idea o un concepto nuevo pienso que lo mejor será dejar que pase un poco el tiempo para que el calentón primario no nos dé como resultado una carga de agresividad que pueda molestar al personal. Ahora bien, corremos el peligro de dejar que la idea madure hasta tal punto que llegue a fermentar incluso a pudrirse y entonces aquello que por agresivo pueda escocer una vez podrido huela mal. Tan grandes son las dudas que tan sólo empezar a escribir ya casi puedo decir que lo único importante serán las últimas líneas, ya que acabarán por definir de manera contundente el título del apunte.
Otra cosa que me preocupa es que el resultado final pueda parecer un enorme, un gigantesco reproche hacia todo y hacia todos y es que a más a más de sentirnos ofendidos todavía nos interrogamos de que hasta qué punto somos responsables de algunos episodios que nos tocan vivir. Lo que sí que tengo claro antes de empezar a concretar es que la enfermedad lo condiciona todo, es decir, como cualquier otro episodio o como cualquier otra decisión tomada en la vida es estúpido pensar que hubiese pasado si…, pues en el tema que nos ocupa es imposible volver atrás o es imposible pensar que mañana estaremos mejor que hoy y que algún día esto se convertirá en un mal recuerdo. Digo esto porque alguna de las situaciones o algunos de los personajes a los que ahora sutilmente haré referencia no tendría nunca que haberlos conocido, soportado o sufrido de no haber contraído la enfermedad. Con seguridad tendría que haber conocido, soportado o sufrido otros, seguro, porque la vida da para esto y para mucho más tanto bueno como malo, pero estamos aquí, perdón, estoy aquí para contar lo que me pasa, de esta manera, en esta metáfora del muro de las lamentaciones que en ningún caso, ni en el mío y en el de los demás, seguro, hubiésemos elegido encontrarnos.
Con esta pequeña introducción toca empezar con un primer rebobinado y lo primero que me aparece en pantalla es aquel que me decía "amigo" diciéndome que lo que me pasaba, que aquello por lo que yo estaba pasando era un ejemplo del sufrimiento de Jesucristo en la cruz. Efectivamente, con la iglesia hemos topado. Durante años tenía el convencimiento de que incluso pese a tener diferencias ideológicas profundas o incluso diferencias en cuanto a determinadas creencias la amistad era como una especie de tótem inamovible, cosas de juventud, pero supongo que la edad nos convierte en algo menos flexible y ante semejante barbaridad pronunciada sin el más mínimo freno en aquel momento procedía un corte de mangas, también sin paliativos, que por supuesto mi inmovilidad no me permitió. Pienso que todavía tuve suerte de que con sus palabras no apelara a la justicia divina, pues al parecer ésta está como la española, desaparecida, ni está ni se la espera, porque dudo mucho que alguno de nosotros se merezca semejante castigo. Algunos preceptos religiosos, todo hay que decirlo, son actos de fe ciega y para eso en determinadas mentes que se rigen por la lógica y por el raciocinio alimentado por la crítica y la observación minuciosa de toda aquello que pasa a nuestro alrededor requiere un esfuerzo y sin esperanza el esfuerzo rara vez se da. Reconozco que he tenido que buscar en este mismo momento la diferencia entre ateo y agnóstico en el diccionario y en la que mejor me encuadro es en la última, como también y en consecuencia a esa definición debo declarar abiertamente que hace ya un tiempo realicé el pertinente acto de apostasía ante mi obispado (http://joangarrido.blogspot.com.es/2007/10/apostasa.html) y que tras una breve resistencia se me fue aceptada. Hice esto porque buscar directamente la excomunión me pareció un camino realmente más farragoso que la apostasía y por suerte, en los tiempos que corren, no vendrá nadie a buscarme para quemarme en una hoguera. No obstante somos hijos del Nacionalcatolicismo por lo que en determinados momentos de desesperación, de miedo profundo a todas aquellas atrocidades posibles que el destino nos pueda deparar, todavía recorremos a la oración, aunque debidamente adaptada eliminando aquello que nos parece superfluo y limitarla a un par de estrofas finales con un añadido propio y más o menos el tema queda así: "líbranos de cualquier otro mal y concedemos un digno final, amén". Y por si acaso quedaba algún otro cabo sin atar miro de reojo la filosofía budista y reclamo y exijo que por favor no se les ocurra volverme a reencarnar en nada, y cuando digo en nada es en nada, ni en persona, ni en gusano, ni en perro aunque algunos vivan como reyes, insisto, en nada de nada pues creo haber cumplido sobradamente con una vida con experiencias vitales suficientes como para no correr el riesgo de volver a vivir nada parecido.
Bien, sigamos, y lo haré recordando aquella doctora que me tuvo toda una mañana de un día laborable pinchándome agujas de longitudes inenarrables para realizar electromiogramas, pero no para elaborar un mapa de mi curación sino para completar estudios para su tesis doctoral. Es verdad, de saberlo podría haberme levantado o decirle "basta", pero la ignorancia alimentada por la más pequeña brizna de esperanza me mantuvo allí impertérrito. Y navegando por el siniestro mar de los recuerdos almacenados en esa parte de la memoria que normalmente no gozamos visitar no puedo evitar, ni quiero, nombrar a aquella trabajadora social cuya aportación más significativa de nuestra corta pero intensa relación fue aquella sentencia en forma de frase "me la suda", en catalán, eso sí, para definir su sentimiento hacia la interpretación de un tercero sobre el absurdo conflicto que gratuitamente ellos me generaron en lugar de prestar la ayuda que primeramente me ofrecían y que yo no pedí. No daré más detalles que luego todo se sabe.

Seguiré con una sutileza ya que el siguiente caso sería el ejemplo más claro de la filosofía china del Yin y el Yang ya que por un lado me ofrece una ayuda o asistencia que difícilmente soy capaz de expresar tanto el agradecimiento como la tranquilidad que me ofrece su trabajo y que por el otro es capaz de etiquetarme como privilegiado por tener una grúa en casa sin pensar que su adquisición y mantenimiento me supone un esfuerzo a base de privaciones de otra serie de cosas.
Por último nombrar a aquella que un día se le ocurrió decir que abusar del uso de la silla de ruedas supondría una dependencia excesiva de la misma y que luego sería imposible dar un paso atrás, y es que, amigos, no hay cosa peor que un ignorante haciendo un alarde de pedantería.
Nombro a estos ejemplos como una forma metafórica de mirar al cielo y pedir RESPETO, sí lo mismo que todos los futbolistas de la Champions lucen como lema en las mangas de sus camisetas, porque compasión yo por lo menos no pido, en todo caso arsénico por compasión (película dirigida por Frank Capra en 1944), pero eso sería otro tema del que algunos con seguridad no querrán ni tratar por lo que haré mi particular ejercicio de contención verbal como otros hacéis, ¿verdad?
En resumen y como punto y final a veces pienso que ese respeto que clamo quizás se podría conseguir haciendo el siguiente ejercicio, sólo para simular durante el corto espacio de tiempo de cinco minutos en qué situación nos encontramos algunos. Podríamos hacerlo de la forma más benévola y consistiría en imaginar por un momento qué supondría para cualquiera estar vendado como una momia de arriba abajo y con un esparadrapo en la boca. La otra forma, la otra más radical sería llevar a la práctica el anterior ejercicio de imaginación, pero eso, ni siquiera este cómico ejercicio se lo deseo ni al peor de mis enemigos, que tampoco los tengo, pero en el caso de que alguien se lo considere tampoco se lo deseo. Insisto, sólo cinco minutos, pues como decía Víctor Jara en su canción "Te recuerdo Amanda"… la vida es eterna en cinco minutos…