domingo, 15 de julio de 2012
Guia Asistencial de ELA
Un buen trabajo de la Junta de Andalucía, pero que describe unos escenarios idílicos y deseables que la realidad convierte en utópicos.
lunes, 2 de julio de 2012
Número 16

Hace ya un par de años y ante un accidente bucal en el que
perdí medio empaste recurrí a un viejo amigo de profesión odontólogo para
preguntarle si conocía algún colega suyo que realizara este tipo de
"reparaciones" a domicilio. Él hizo algunas gestiones y me facilitó un
número de teléfono de una dentista que realizaba este tipo de trabajos a
domicilio y que por casualidades de la vida trabajaba en una clínica dental a
poco menos de 10 minutos de casa. La razón, sobre la cual en alguna otra
ocasión ya me he justificado, es que salir con el respirador de casa por aquel entonces
y todavía ahora se me hace una auténtica montaña y por otra parte encontrar
alguna clínica odontológica del barrio que tuviera un mínimo de accesibilidad
parecía utópico. La profesional en cuestión me reparó el desastre dental y con posterioridad
me hizo un par de limpiezas dentales y aprovecho para reconocerle su buen hacer
y predisposición, algo difícil de encontrar en determinados ámbitos. El
problema es que pese a tener la consulta cerca de casa la clínica no es accesible,
ni la entrada del edificio ni el ascensor de la finca. Luego existe el problema
añadido que determinadas actuaciones a domicilio no son posibles, como por ejemplo
realizar radiografías, así que, por decirlo de alguna manera, a veces debe
actuar un poco a ciegas.
Así que con todo este panorama me desperté un jueves con un
terrible dolor de muelas y como si tuviera toda la dentadura desencajada.
Comprendí que el tema era lo suficientemente serio como para hacer el esfuerzo
de buscar una clínica dental lo antes posible donde pudieran hacerme una
radiografía que por lo menos pudiera mostrársela a mi dentista domiciliaria,
por lo que Eva de buena mañana se entregó a tal misión. La primera posibilidad era
la clínica dental que hay en el portal siguiente al nuestro, aunque un escalón
de unos 5 o 6 cm en uno de los laterales
de la rampa de acceso a la clínica suponía un pequeño obstáculo, aunque
salvable con una solución de urgencia que minimizara esa altura. Nos dieron
hora a las cuatro de la tarde. La segunda opción era otra clínica dental a poco
menos de 300 m de casa cuya entrada es accesible sin ningún problema. Eva consiguió
cita a las tres de la tarde, una hora antes de la primera opción. El resto de
la mañana nos limitamos a combatir el dolor con una buena dosis de Ibuprofeno
(que lejos queda la aspirina).


Pasó la semana y la caja de antibióticos. Las molestias en cuanto
al dolor habían desaparecido pero conservaba aquella sensación de tener la
dentadura desencajada y tomando, eso sí, la precaución de no morder por el lado
afectado, y con todo eso llegó el gran día. La verdad es que no recordaba con
exactitud la sensación que supone que te arranquen una muela. Curiosamente la
última también me la arrancaron en la misma clínica en la que ahora se
disponían a quitarme una de nueva, pero de aquella ya hace unos cuantos años,
cuando todavía caminaba y cuando todavía podía abrir la boca aunque
sinceramente no creo que el abrir más o menos la boca minimice o maximice el
posible dolor. Volvimos a repetir la misma operación que una semana antes en
cuanto al tema de la accesibilidad, es decir, recurrimos al mismo invento del
TBO pues la vez anterior funcionó bien por lo que no era necesario actualizar
la versión. Tampoco esta vez la espera fue excesiva y pronto me indicaron cuál
era el consultorio al que ya podía esperar al que la mujer de la recepción
denominaba "el cirujano". Tal y como presuponía "el
cirujano" no era la misma persona que una semana antes me había
inspeccionado todo el problema, cosa que produjo repetir prácticamente todo el
proceso; inspección, radiografía y esta vez la primera queja en voz alta de lo
poco que yo podía abrir la boca.
-Vamos a ver lo que podemos hacer con esto. -Dijo el
cirujano.
Todo iba sucediendo con rapidez y en cuestión de segundos ya
me había inyectado en ambos laterales de la pieza la anestesia. Fue en ese momento,
en la espera para que la anestesia surgiera efecto cuando el cirujano empezó a dudar
de lo que se disponía a hacer. Dijo que no había una certeza absoluta de que
pudiera hacer el trabajo y que lo normal en estos casos era que me ingresaran
en un hospital y convenientemente sedado y monitorizado hicieran lo que
tuvieran que hacer. Por un momento me invadió la perplejidad e iba intercambiado
la mirada entre el facultativo y Eva, así que con la boca semidormida me invadía
esa sensación, la perplejidad. Sí, creo que esa es la palabra exacta para definir
la situación. Con la boca ya casi dormida y con el poco aire que me quedaba, ya
que hacía rato que no llevaba el respirador puesto, le dije al cirujano que lo
que no era tolerable era que dejara el trabajo a medias, es decir, que si
empezaba tenía que llegar hasta el final, porque lo que no quería era salir de
aquella clínica con más dolor del que tenía antes de entrar. Con la herramienta
de extracción en la mano, aquel hombre incluso se permitió el lujo de decir que
él practicaba este tipo de intervenciones en el ámbito hospitalario y que poca
cosa diferente se podía hacer en un hospital que en aquella habitación, algo
que todavía me produjo más perplejidad. Al final, y siguiendo mirando al
dentista y a Eva simultáneamente le dije:
-Pues lo dejamos aquí. Nos vamos y ya nos buscaremos la
vida.
Pese a tener el cuerpo paralizado Eva siempre me dice que
tengo bastante intacta la expresividad en la cara y sobre todo parece ser que
mis ojos todavía son lo suficientemente incisivos como para hablar sin
necesidad de hablar. La cuestión es que después de un indeterminado silencio el
dentista pareció cambiar de opinión de forma repentina con un "vamos
allá" y disipó todo aquel ambiente enrarecido de dudas. Abrí la boca
cuanto pude pero no era suficiente así que Eva se prestó como ayudante de
odontología improvisada y mientras ella me abrió la boca con ambas manos la auxiliar
que contempló todos los momentos anteriores intentó mantener mi cabeza todo lo
más rígida posible el dentista atacó y en poco menos de cinco minutos hizo
saltar una de mis muelas. Aquello pareció un parto. Eva lloraba medio de
alegría medio de tensión nerviosa al mismo tiempo que mi única obsesión era
poder ver aquello que tan mal rato me había hecho pasar. Sólo faltó que como en
un parto verdadero me pusieran el fruto de tanto esfuerzo en el pecho y que
pudiera abrazarlo con todo el cariño del mundo. Un punto de sutura acabó por
cerrar todo aquel entuerto y pese a pedirlo se negaron a dejarme quedar como
recuerdo la muela extraída.
Así pues, me ha quedado la boca después de todo este
episodio como algo lo más parecido a la Brecha de Roland, espectacular paso
natural entre España y Francia que podemos contemplar después de caminar más de
12 horas desde el Parque Nacional de Ordessa y Monte Perdido que según una
leyenda local, fue abierta por Rolando, el sobrino de Carlomagno mientras
intentaba destruir su espada Durandal golpeándola contra la roca al final de la
batalla de Roncesvalles.
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