viernes, 2 de abril de 2010

Héroes y cobardes



Hola, todavía estamos por aquí. La verdad es que tengo desatendido casi por completo el sitio, pero es que a veces me da la sensación de convertir estas páginas en lamentos, en gritos al vacío, en pseudo plegarias a invisibles confesores que en cualquier parte anónima del mundo pueden llegar a incomodarse por una pena que casi nunca tengo.


No obstante y después de la confesión hoy me gustaría hablar de héroes y de cobardes. No acostumbro hacer actos reivindicativos pero llevo días reflexionando acerca de los que padecemos determinados males, y no lo hago única y exclusivamente pensando en mi propio caso que por el paso del tiempo me he reinventado más o menos a la fuerza, o como dice el poeta he sabido "reconducir la vida" empujado por la obligatoriedad de algo inesquivable. Pienso, al escribir esto, en todo aquel que en poco tiempo y sin una causa propia que lo justifique se encuentra ante un incidente en forma de diagnóstico desconocido pero a la vez de imaginables consecuencias. A partir de ese momento se desencadenan mecanismos que incluso éramos incapaces de imaginar que poseyéramos nosotros mismos. En primer lugar y como más destacable; la paciencia. Dicen las crónicas que un tal Job atesoraba cantidades ingentes de este..., no sé cómo llamarlo..., ¿don?, ¿cualidad?, pero sin abandonar el lenguaje bíblico "en verdad os digo" que jamás imaginé albergar tanta cantidad de ese no sé qué. Pero no malentendáis mis palabras ya que la paciencia a la que hago referencia no es la que se podría entender tras un primer pensamiento que claramente se referiría a la que debe usarse con los demás. Me refiero a la que uno tiene que tener con uno mismo, con su incapacidad, con la impotencia que genera esa incapacidad que para explicarlo en toda su intensidad sólo habría que imaginarse a uno mismo 24 horas atado de pies y manos viendo al semejante hacer aquello que uno sabía hacer antes de. Podría ser algo parecido a esa sensación de, sabiendo conducir, sentarnos en el asiento del copiloto y dejar que sea cualquier otro que conduzca el vehículo. Sólo que ese otro personaje le dé al pedal del freno un solo metro antes o un solo metro después de lo que nosotros mismos lo haríamos puede llegar a generar un estado de tensión bastante relevante. Pero la impotencia no tiene límites ya que no solamente se trata de aquella que genera el no poder hacer aquello que antes hacíamos y podíamos hacer sino la impotencia que genera el no poder atender determinadas cosas y actos básicos a las que en un estado "normal" no prestaríamos la menor atención por realizarlos de una forma automatizada y casi inconsciente. Me refiero a aquella impotencia sibilina, esa que crece desde dentro y que retuerce los conductos intestinales hasta puntos realmente dolorosos como el de no poder atender o consolar a alguien querido con una simple caricia. Como compensación existe la creencia popular de que ante la carencia de determinados sentidos o de determinadas capacidades se acentúan otros y otras, aunque resultaría pedante realizar ahora una exaltación sobre ese tipo de mejoras personales. Tampoco me extenderé en detallar uno a uno determinados sufrimientos interiores, pero en honor a los recién llegados a este selecto club y en honor a los que llevamos años inmersos en determinadas dolencias creo que puedo afirmar que llevar con dignidad esta carga nos convierte en auténticos héroes. Ya lo decían los gladiadores en el circo romano saludando al César... "los que vamos a morir te saludan".


Y sin querer alargarme un simple apunte o una mención a los que considero cobardes. Sí, son aquellos que con determinada prontitud desaparecen de nuestras vidas porque nuestra simple presencia les incomoda. Soy, somos, tan buenos que ni por asomo os deseamos nada mínimamente parecido a lo que nos toca vivir a nosotros.


Si no digo esto reviento.

1 comentario:

Pepe Luis dijo...

Hola Joan, me alegra abrir tu blog y encontrar una nueva reflexión, tan sabio y tan generoso como siempre nos enseñas a luchar contra la enfermedad, la única manera de vencerla es llevarla bien y saber adaptarse a lo que hay, te diré que eres (sois tú+Eva) nuestro referente.
Gracias por ser tan maravillosos y enseñarnos que se puede vivir con ela, aunque suene raro una enfermedad no da ni quita felicidad.
En lo que a mi respecta estoy casi pletórico, y digo casi porque tengo miedo a ser tan feliz no sea que me pase algo malo.
La Semana Santa fabulosa gracias sobre todo al amor de mi mujer que me hace sentir el hombre más importante del mundo, Sonias y Evas hay pocas, yo tengo una y tú tienes otra, somos muy afortunados, que leche, muy inteligentes de haberlas elegido entre tanta paja.