sábado, 3 de octubre de 2009

Quién era y quién soy

Dicen que de cualquier situación siempre se puede extraer algo positivo. El problema en todo caso podría residir en que las situaciones que generan sucesos no deseados o no previstos proporcionan, sin lugar a dudas, molestias de las que podríamos prescindir para un buen desarrollo personal e intelectual. Tal vez sí pueda decir por mi propia experiencia que algunas de esas pruebas a las que nos somete la vida son irrepetibles, pero no por el sentido literal de la palabra irrepetible, en el sentido de que no volverán a suceder, sino porque parte del conocimiento vital que aportan a tu vida no habrá situación o condicionante que pueda ofrecerte ese mismo conocimiento. De todas formas para ser del todo sincero he de reconocer que la vida podría haberme ahorrado perfectamente este relativo privilegio de padecer semejante mal y puestos a elegir preferiría seguir siendo el ignorante y bobo que siempre fui y que, seguramente, algunos pensarán que sigo siendo.

El de antes

Tenía 33 años y una salud aceptable para alguien de esa edad. Tenía un hijo de seis años y una hija de dos, fruto de 10 años de un matrimonio que en ocasiones podía desencadenar alguna tormenta que rápidamente disipabas con esos mecanismos que cada uno inventamos para aligerar cierta presión. En mi caso la receta era simple; salidas dominicales en bicicleta de montaña por Collçerola, casi siempre repitiendo el mismo itinerario, recompensando el esfuerzo con un estupendo bocadillo de tortilla a la francesa, una jarra de cerveza y un cigarrillo acompañando un café expreso a media excursión. La misma rutina independientemente de que fuera invierno o verano. No obstante en invierno ampliaba al catálogo de actividades con el esquí, tanto de pista como de travesía, que me permitían volver a sentirme rodeado por mi querido Pirineo. Poca cosa más habría que añadir a mis actividades extra laborales o extra familiares, exceptuando un par de cenas al año con compañeros y amigos, aunque, eso sí, sin las respectivas esposas, supongo que por aquello de relajar en la medida de lo posible la mente, como mínimo la mía. En casa un matrimonio de lo más convencional, de lo que la mayoría entiende como convencional y de lo que yo entendía por aquel entonces como de lo más convencional. Tal vez la única diferencia respecto a lo que yo podía observar como comportamiento mayoritario de nuestro entorno era que dedicaba horas infinitas al juego con mis hijos a los cuales brindé dedicación absoluta desde el mismo momento en el que aparecieron en mi vida. Laboralmente nada que pudiera definirse como extraordinario. Empleado de una multinacional del automóvil que después de 16 años de fidelidad a una marca había conseguido un puesto de responsable de grupo en una oficina técnica de construcción de prototipos. Trabajo estresante donde los haya aunque también hay que reconocer que el estrés es algo subjetivo ya que he llegado a la conclusión que ante la misma situación o carga de trabajo dos individuos reaccionan de diferente forma ante eso y se estresan acorde con su capacidad o su sentido de la responsabilidad. Eso todavía hoy no lo tengo claro. Sea como sea la verdad es que este dato es determinante para poder justificar mi teoría personal de lo que conlleva una situación continuada de estrés y que quizás genere problemas que desembocan en situaciones por las que me veo escribiendo esto que escribo.

Lo que soy

Tengo 48 años y una salud nada acorde con mi edad. Alguno dirá que todo es relativo ya que aparte de padecer una enfermedad neurodegenerativa que a diario sigue paralizándome sin pausa no tengo ni siquiera el colesterol alto. Como dice mi médico, tengo una analítica sanguínea de un chaval de 15 años, así que nada que destacar. Hace dos años que no salgo de casa, así que tengo que ver la montaña desde el televisor, que me acompaña un buen número de horas al día y la cosa está difícil porque mi verdadera lucha es contra el aburrimiento y por mucho que practique la meditación la mente necesita descansar con cosas más banales y la televisión y el video es un buen método aunque el primero muchas veces deja mucho que desear. Tengo una hija de 17 años y un hijo de 21 fruto de un matrimonio que se acabó al poco tiempo de contraer la enfermedad. La incapacidad de aceptar una nueva situación desembocó en un proceso de separación y posterior divorcio que por calificarlo de alguna manera podríamos enumerarlo como "traumático", así que he descubierto que la incapacidad puede ser física y mental, si bien de esta última creo que todavía no soy víctima. Estoy felizmente casado desde hace cinco años con mi fisioterapeuta con quien convivo desde hace 10 y a la que conocí en un centro de recuperación dos días después de firmar el acuerdo de separación en el juzgado. De pequeños nos enseñan a creer ciegamente en la existencia de nuestro particular ángel de la guarda, alguien incorpóreo que vigila cada uno de nuestros movimientos y nos protege y avisa de cualquier peligro que nos acontezca. El mío es de carne y hueso, y no puedo vivir sin él y esta afirmación sí que es literal y absoluta. La quiero, me quiere, nos queremos hasta un punto que jamás imaginé que pudiera ser. La presión se acentúa cuando está más de dos horas lejos de mí hasta un punto que casi me empuja a la locura. Juntos hemos viajado a mil y un lugares que el tiempo nos ha permitido. Siempre estamos de buen humor y procuramos en la medida de lo posible no privarnos de casi nada. Veo poco a mis hijos aunque cada vez que ellos lo necesitan y eso, por sí solo, ya es una victoria pensando que durante 10 años nunca se cumplió un régimen de visitas que en tres ocasiones ratificó un juez. Hablo de los tres seres a los que más amo, y lo hago de la forma más desinteresada que jamás he conocido. Nuestra vida social se ha reducido a la mínima expresión aunque todavía quedan tres buenos amigos que encuentran huecos en sus apretadas agendas para compartir líneas o palabras. Poco a poco, unos más rápidos que otros, han ido desapareciendo todos aquellos que formaban "nuestro entorno", y lo justifico pensando que nuestra compañía cada vez se hace más dura y aburrida.
Mi método de subsistencia es una generosa pensión del Estado que gracias a haber trabajado en una multinacional, donde prácticamente cotizaba el máximo cotizable, no puedo quejarme. En esto el Estado es sencillamente matemático; tanto pagas tanto cobrarás.
Estoy prácticamente paralizado. Sólo muevo los dedos de los pies, un dedo con dificultad de la mano derecha, suficiente para hacer clic en un ratón que no puedo mover, y la cabeza lateralmente para poder hacer cualquier tipo de negación. Por suerte, lo reconozco, todavía conservo la voz y la conservo para poder escribir esto y alguna cosa más y para poder decirle a quien se lo merece "t'estimo”.

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