domingo, 16 de octubre de 2011

Día a día VIII. La salida

Si este apunte lo hubiese realizado hace tan sólo unos tres meses atrás tendría que haber dicho que llevaba aproximadamente tres años y medio sin salir de casa exceptuando mi original paso por urgencias que ya relaté http://lavidaconela.blogspot.com/2009/11/una-noche-en-urgencias.html . Desde la primera crisis respiratoria que me mantuvo ingresado en el hospital 11 días y del que salí prácticamente adosado a un respirador se desvanecieron las ganas de pisar la calle y entiendo que esta decisión personal puede ser criticable todo lo que, vosotros, los que estáis leyendo esto, queráis. Pero determinadas cosas requieren tanto un esfuerzo físico como mental y quizás este último haya sido el que no haya querido afrontar durante este tiempo tomando la decisión de permanecer en este encierro voluntario. Tal decisión conlleva sus riesgos y sus beneficios. Por un lado el aislamiento y la posibilidad latente del aburrimiento sobre el que alguna cosa ya he comentado respecto a todo aquello con lo que uno puede envolverse para evitarlo. Descartemos esta última posibilidad de la que puedo dar fe personal de que rara vez se produce pues uno articula mecanismos mentales insospechados para mitigar esa amenaza real. Será este mecanismo automático que se activa cuando el instinto más básico de supervivencia se siente amenazado al igual que la naturaleza se abre paso de forma espontánea ante determinadas inconveniencias. Sea como sea la cuestión es que la imagen de verme a mí mismo paseando por la calle con la mascarilla y adosado a un tubo que finalizaba en el respirador me superaba, como también la posibilidad de tener que ir dando todo tipo de explicaciones al vecindario con mi limitada voz y en algún caso, cada vez más usual, rostros de compasión que cada vez más se me indigestan. Hace ya tiempo, quizás años, que descubrí que tal vez estemos envueltos de un halo de frivolidad que lleva a rechazar lo imperfecto, la imperfección en cualquiera de sus formas incluso la enfermedad, como también la diferencia más inevitable, así que entre que no tengo la suficiente energía vital como para ir repartiendo mandobles o para empezar los más encendidos debates mi mecanismo de defensa me recomendaba interiormente abstenerme de salir a la calle. Cualquier necesidad accesoria que me proporcionaba lo contrario la he sabido compensar con más que menos acierto. Pueda parecer que esté justificando mis actos o mi posición y sí, no tengo porque esconderme de esta justificación y de esta decisión de la cual me siento bastante satisfecho especialmente por la poca frustración que me ha provocado y por la poca sensación de estar perdiéndome algo. Respecto a la posición de los demás me abstengo de juzgarlo en exceso, porque siempre está residente la pregunta de cuál sería mi actitud en la posición contraria, pero tampoco puedo ser imparcial en un hipotético momento de contestar esa pregunta pues yo tengo una información que la mayoría de los que de forma inexplicable evitan ponerse enfrente cuando me ven no tienen y por lo tanto no sería justo responder a esa repetitiva cuestión. No obstante repasando el tiempo pasado lo que sí tengo claro es que jamás pronunciaría cualquier idiotez.



Así que no seguiremos hablando de lo que pasaba hace tan sólo tres meses ya que una mañana del pasado mes de julio y aprovechando el poco bochorno que durante ese mes hubo en Barcelona se me encendió un piloto interno de color verde y a una hora prudencial invité a mi compañera, amiga, cuidadora y esposa a salir juntos a la calle. El motivo interno era que se preveía como así ha sido una nueva convocatoria electoral y ante las dificultades que ya hemos explicado en un anterior apunte http://lavidaconela.blogspot.com/2011/09/operacion-voto.html quería poner a prueba todos mis mecanismos y también los externos para poder ir en persona a participar en las elecciones. En un principio tenía más miedo psicológico a la sensación de encontrarme después de tanto tiempo en la calle, en esa especie de pseudojungla relativamente controlada, con mucho temor a esos episodios de pánico que en alguna ocasión he sido víctima, pero la experiencia fue positiva, el cielo no se cayó encima de nuestras cabezas como temía Asterix.




Por decirlo de alguna manera en todo este tiempo prácticamente nada ha cambiado excepto que mi musculatura lumbar y cervical ha empeorado, por decirlo de una forma clara y diáfana, está jodida y eso hace que el transcurrir callejero te recuerde cada décima de segundo el sabio que decidió poner un tipo u otro de suelo en las aceras de la ciudad de Barcelona, como también las diferentes adaptaciones de los cruces entre calle y calle que significan auténticos sobresaltos de mi cabeza.


Así que puestos en situación sólo queda relatar con pequeños detalles la auténtica gymkana que representa salir a la calle y dando gracias, eso sí, al tener el privilegio de vivir en un edificio con un mínimo de garantías de accesibilidad aunque no sean del todo plenas. En primer lugar dar por sobreentendido que me desplazo en una silla de propulsión eléctrica http://lavidaconela.blogspot.com/2010/01/sobre-ruedas.html y eso en algunos aspectos es algo positivo mientras que para otros significa un obstáculo más. Decir también que vivir en un entresuelo o en un ático mientras el edificio cuente con ascensor es lo de menos, salvo que se produzca algún corte de luz algo que a priori en pleno siglo XXI parece impensable, pero que en la ciudad de Barcelona llegan a producirse digamos que una media de dos a tres al año aunque de momento no se prolongan más allá de las dos horas (toquemos madera) y algunos casos excepcionales que la prensa ya ha dado cumplida cuenta. Pensemos también que el ascensor, único en nuestro caso, pueda estropearse, pero , aunque afirmando que ya pasó, pensar eso sería llamar en voz alta a Murphy y a todas sus leyes, incluida la del caos y mejor será ni siquiera plantearlo. Volviendo al tema de vivir en un entresuelo o en un ático pensando en lo expuesto anteriormente la única problemática es que la dificultad tanto de entrar como la de salir sería el resultado de multiplicar el número de escalones por el número de pisos a superar. Será cuestión de no pensar en tanto supuesto.


La maniobra de entrar o de salir del ascensor se ve mínimamente dificultada porque la puerta de acceso no se retiene sola una vez abierta por lo que una simple cuña (qué invento!!!) evita la necesidad de una tercera persona.





Dado que en nuestro caso estamos hablando de una finca de aproximadamente 30 años de antigüedad la cabina del ascensor es relativamente pequeña, tanto que hay que desmontar los soportes de la silla para los pies, retirar el apoya cabezas y por último reclinar el respaldo de la silla hacia adelante para poder caber dentro de ella, de la cabina, y eso volviendo a dar gracias a que hace aproximadamente los mismos años que llevaba sin salir se reformó el ascensor por lo que ahora podemos subir y bajar sin necesidad de anular las puertas de seguridad de la propia cabina, algo que anteriormente debíamos hacer puesto que la antigua cabina todavía era más pequeña. A más a más ahora y gracias a la electrónica el suelo de la cabina queda perfectamente a nivel del suelo del rellano de cada uno de los pisos incluido el del portal, algo que antes no sucedía pues se desajustaba constantemente llegando a ocurrir en alguna ocasión que el escalón superaba lo admisible y superable para la silla eléctrica.





Decir que las sillas eléctricas tienen las ruedas posteriores de diámetro pequeño, pues si esta operación la tuviéramos que hacer con una silla de tracción manual con rueda grande no sería posible utilizar este ascensor.



Una vez en el rellano del portal de la finca y recompuesto todo lo desmontado por la falta de espacio damos gracias (hoy estoy generoso con tantas gracias) al presidente de la escalera que en su día tuvo la brillante idea de adaptar el escalón que da acceso a la calle, aunque fuera pensando en los carritos del supermercado, en los carritos de la compra, o en los carritos de bebé.




Al fin estamos en la calle. Digamos que el barrio tiene todo tipo de soluciones diferentes tanto en el tipo de baldosas utilizadas en el pavimento de las calles como de adaptaciones de los cruces de las calles. Algún día intentaré realizar una muestra gráfica y en movimiento de a lo que me refiero, pero valga esta otra imagen para, a mi modesto entender, definir qué tipo de pavimento es el mejor para un usuario de silla de ruedas.




Lo mismo para definir qué tipo de adaptación para un cruce de acera basándome simple y llanamente en algo tan simple como el estado de la musculatura de mi espalda y de mis cervicales.








Y conviene decir que al margen de pasear calle arriba y calle abajo poca cosa más se puede realizar ya que la mayoría de los comercios y lugares públicos no son, hoy por hoy, accesibles y por último destacar que en muchos casos las calles tienen más barreras arquitectónicas para los discapacitados que, por ejemplo, para los automóviles, es decir, puede darse el caso de ser más conveniente moverse en silla de ruedas por el asfalto, por las zonas donde transcurren los coches y las motos, que por las propias aceras aunque eso conlleve algún que otro susto y más de un bocinazo de algún coche.


Se me olvidaba contar que el primer día que usamos la silla eléctrica, al cruzar la Avenida de Madrid, se nos quedó corto el tiempo del semáforo en verde para el peatón ya que la regulación electrónica de la velocidad de la silla estaba capada y no corría lo suficiente como para poder cruzar la calle, por lo que tuvimos que llevarla a la ortopedia para que modificaran la posibilidad de aumentar la velocidad para no volver a sufrir semejante susto.








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